domingo, 29 de junio de 2014

POR SER TRANSPORTISTAS

Trabajar como chofer o cobrador de un micro es una labor muy sacrificada. Pasar 19 horas diarias en la calle, lejos de su familia, sacrificando las horas de descanso, excediendo el límite de las 8 horas de jornada laboral. Eso es todo un reto de valientes.

A EMPEZAR LA JORNADA
Padre e hijo como transportistas
El  frío es intenso y me hace temblar, me aferro a mi chaqueta negra, cruzo los brazos tratando de abrigarme. Alzo la mirada y veo aquel enorme carro color marrón que me llevaría a conocer una ruta desconocida para mí. Desde el distrito de San Bartolo hasta San Miguel.

Empezaríamos el recorrido a las 4:30 de la madrugada, sin embargo, los minutos pasaban. Eran casi las 5:35  de la mañana y veo aparecer a lo lejos a un hombre de regular  estatura, vestido de marrón de la cabeza a los pies. Tenía un pantalón, camisa, zapatos y una casaca polar todo de marrón, color que identifica a los trabajadores de la empresa ETGUSICSA – SO:16 – 104 (Empresa de transporte Guadulfo Silva Carbajal Sociedad Anónima) o conocidos por los lugareños como los Gallinazos, por la habilidad que tienen para cazar su presa , en este caso sus pasajeros de forma inmediata.En el recorrido de sur a norte hay varias empresas que toman la misma ruta como San José, Royal Express.

Se acerca, me presento, me saluda muy cordialmente y me invita a subir a su carro. Él  hace lo mismo, sube después de mi, observo que saca una galonera de casi dos litros de contenido, abre una enorme caja y  empieza a echar agua a los radiadores para enfriar el motor  “Es para que no moleste todo el día-lo dijo muy amablemente-Esperemos al cobrador y empezamos, ahora viene es mi hijo”.

Modesto Felix Zamudio Luyo es un hombre de casi 51 años de edad y gran parte de su vida ha sido transportista, cumpliendo el rol de cobrador y chofer  “Llevo  trabajando como chofer casi 34 años, incluyendo mis años de  trabajo en la empresa San José. A los 17 años empecé a trabajar como cobrador, pues tenía necesidades, quería darle lo mejor a mi madre. Fui creciendo y mis necesidades aumentaban, el dinero que ganaba ya no era suficiente y tomé la decisión de trabajar como chofer, empezando en la empresa San José y ahora estoy aquí, me va bien”.

Después de unos minutos aparece el cobrador. Su nombre es Felix Enrique Zamudio Quink, tiene 33 años de edad, vive en el distrito de Punta Negra, junto a sus padres. Estudió computación” Trabajando como cobrador gano mas, ser cobrador es más rentable” dice él.

Fue él, quien tomó el volante, nos dirigimos hacia la sede de la empresa o más conocida como  la cochera. Al llegar al lugar, me di cuenta que el clima había cambiado, estaba un poco despejado.
La custer entró a la cochera y dentro de ella había una variedad de carros de distintos tamaños, desde los tradicionales hasta los grandes y modernos modasas. Se estacionó con cuidado.

Bajamos del vehículo. El lugar era polvoriento, varios de los trabajadores  tenían su uniforme  lleno de grasa. En un lado no muy limpio había oficinas administrativas, en otro una mecánica con cuatro enormes carros en espera, seguido de  un pequeño grifo, en frente de eso hay un enorme restaurante. La comida es buena, hay una variedad de platos a la carta.

Giro mi cabeza observando lentamente el panorama, fijo mi atención en un grupo de personas vestidas de marrón al igual que mis anfitriones. Todos ellos sentado  frente a una caseta de material noble, esperando ser llamados. Aquella  pequeña garita controla la entrada y salida de autobuses, avisándoles a cobradores  y choferes a través de un megáfono.
A nuestro vehículo le tocaba  salir después de cuatro carros “Tendremos que esperar y respetar el orden. Cada carro sale después de cuatro minutos, somos el quinto. Saldremos
después de 20 minutos”-dice el señor Zamudio.

En ese corto tiempo de espera sucedió un percance. Un hombre de pequeña estatura, con sobrepeso a quien todos llamaban “Cuy” quería ayuda para poder trasladar un carro averiado. Cuy se acercó a nosotros pidiendo al señor Zamudio y a su hijo ayuda, ellos como los demás aceptaron ayudarlo. La solidaridad y compañerismo que había entre ellos era digno de admirar. Todos usaron la fuerza y movieron el carro hasta un lugar adecuado para ser arreglado por los mecánicos. Después regresaron a su rutina.

Seguimos esperando que se cumplan los 20 minutos. El señor Zamudio se anima y me cuenta sus experiencias como transportista. No tiene una papeleta impuesta desde hace mucho tiempo “La ultima que tuve fue leve, por estacionarme mal, me la impuso una policía femenina”-me lo dice mientras observa al grupo de cobradores que están frente a él- “Listo, vámonos. Ya marcamos tarjeta. Son las 7:15 y es buena hora”.

Subo al carro y me ubico en el asiento posterior del chofer. Salimos de la cochera con rumbo hacia Lima, los primeros pasajeros son dos colegiales y un padre de familia. La rutina de hoy será la misma de siempre, una ruta conocida para ellos. Escucho un grito era el joven cobrador llamando a sus pasajeros en un paradero “Lurín, Lima, Lurín”.
La combi se detiene en otro paradero, la gente sube desesperadamente por obtener un asiento libre. El vehículo sigue su rumbo, se detiene en varios paraderos y se va llenando “Este carro tiene una capacidad para 34 personas sentadas, sin contarnos (chofer y cobrador) En  un buen día se llena hasta 80 personas, carro lleno”-afirma Kike.
Pasamos por varios puntos o paraderos durante nuestra ruta como el  Mercado Lurín, San Pedro, Parque Zonal, Puente Alipio, Atocongo, Benavides, Primavera,Trevol. Wilson, Universitaria hasta llegar al terminal en San Miguel.
En ese largo transcurso veo a varias personas con reloj  y tablas de notas en mano. En distintos paraderos, gritando  “3-2 va lleno, a tantos  minutos”. El cobrador Kike le da a todos ellos unas cuantas monedas doradas, muchas de ellas en las manos, otras son lanzadas al piso.

“Ellos no son controladores, son dateros. Saben en cuanto tiempo pasa un carro y con cuantos pasajeros. No son parte de la empresa”-comenta el señor Zamudio quien vuelve a concentrarse en su trabajo.
Son casi las 10:20 de la mañana y el carro se acerca su terminal, totalmente vacío. El mismo proceso para poder estacionar el gran carro Modasa. Un pequeño incidente alteró la mañana. El señor Zamudio no calculó bien la distancia al momento de estacionar su carro y chocó contra otro de menor tamaño, dañando un espejo lateral.

Ya pasado el incidente, noto que ese lugar es compartido con otra empresa. Esta cochera es muy pequeña en comparación a la otra. Algunos optaron por limpiar su herramienta de trabajo y así poder salir y completar su vuelta. “Dentro de quince minutos nos toca salir”-dice Kike sosteniendo una tarjeta de control en la mano. Luego escucho la voz del señor Zamudio “Aprovecha estos minutos para desayunar”. Había tres cafeterías, decidí ir. En el camino veo a varios hombres con el torso desnudo, todos con sus tinas, jabones y toallas. Listos para asearse.
Ya dentro de ella,  varias personas jóvenes estaban comiendo, lo que para mí era un almuerzo por lo lleno de su plato, para ellos era un simple desayuno. Pedí un café y pan con queso. Me apuro por el temor a que me dejen, compré un jugo en caja y salí de allí.
Salimos a las 10:40 de la mañana desde aquel terminal, otra vez la misma ruta, la misma rutina hasta el terminal de San Bartolo. Y así fue llegamos a la 1:45 de la tarde. Completando la primera vuelta del día. Sin embargo, en ese trascurso un familiar tenía que haberles alcanzado su almuerzo, pero por razones desconocidas no lo hicieron.

Kike controló el tiempo de nuestra próxima salida. Esta vez, por ser horario de almuerzo, la salida sería dentro de una hora y quince  minutos. El señor Zamudio me dijo que fuese al restaurante mientras ellos iban al servicio técnico para arreglar una falla en el carro. Eso hice, entré al recinto, varios señores almorzaban y a la vez observaban un partido del mundial Brasil 2014. Pedí un almuerzo ligero, lo terminé y esperé  mi carro.
A las 3:05 de la tarde nos volvimos a embarcar otra vez con dirección a San Miguel.
 En el camino una niña con una gran bolsa en la mano hace parar el carro, era la nieta del señor Zamudio, le alcanzó su almuerzo y Kike le dio algo en su mano.
Pasamos la misma rutina y nada nuevo o novedoso en el largo y cansado camino.. Llegamos a las 6:15 de la tarde. El señor Zamudio empezó a almorzar junto a su hijo dentro de su carro. Yo cenaba en una cafetería, esperando el turno de salida que aproximadamente era de quince a veinte minutos.

La salida fue a las 6:45 de la tarde, la misma rutina, sin embargo, estaba oscureciendo y eso le daba un toque distinto a nuestro último recorrido. Las calles iluminadas, muchas de ellas se envolvían en un silencio pues ya no había mucha gente. El carro se detiene en otros paraderos, pero nada es perfecto, la gente sube renegando, será el cansancio o simplemente que a esa hora llamada convencionalmente por  todos  “hora punta”  ya no había algún asiento disponible.
Los minutos han pasado muy rápido. En ese tiempo me quedé dormida, luego desperté de una manera abrupta, me había golpeado la cabeza contra un vidrio. El señor Zamudio nota un cansancio en mí y me dice “La gente se cansa sólo por mirar, nosotros estamos en plena actividad, nuestros sentidos están despiertos. Con mi hijo Kike  pasa lo mismo, la diferencia es que él llama al público. Nuestro cansancio se hace notar al final de la jornada,  cuando estamos en casa”.

En plena oscuridad rodeando las 10:30 de la noche, nos acercamos al terminal. En nuestro carro ya no hay mucha gente, aquellos se bajaron en el último paradero de la ruta. El señor Zamudio estacionó su carro a l mitad de la cochera “Brenda, terminamos la segunda vuelta”, de inmediato su cobrador corrió hacia la garita de control para firmar tarjeta. En ese tiempo el chofer  conversaba con el señor apodado “el cuy” sobre unos papeles. Cuy se va y después de unos minutos viene su hijo Kike.
Dentro del carro empiezan a contabilizar su dinero, monedas y billetes, cada uno con un valor monetario distinto al otro. Un chofer logra reunir aproximadamente 80 soles diarios, un cobrador de 45 a 50 soles; todo fuera de gastos en gasolina y en algunos casos pagos por alquiler del vehículo.
El carro volvió a salir de aquella cochera, esta vez iba con destino a Punta Negra. Ya en ese distrito se estacionó frente a una comisaría. Yo había bajado unas cuadras antes, les agradecí por el tour que me hicieron, la humildad de ellos era grande al punto de agradecerme por haberlos acompañado.

Vi como estacionaron su carro, ellos bajaron y  padre e hijo se fueron juntos hacia su casa. Yo volveré a mi hogar, a mi rutina de siempre que en comparación con ellos no están agitada. Ellos Saben que su día ha terminado. Saben que mañana seguirán cumpliendo su misma rutina, por ser transportistas.

*Campoverde Espinal, Brenda

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