RIZT: LA ORGÍA PERPETUA
Llegamos los tres. Dispuestos a aventurarnos. Sin
imaginarnos lo que más adelante encontraríamos. Caminamos desde Plaza
Bolognesi, dudamos en entrar al cine porno. Dimos una vuelta por los
alrededores: avenida España y la avenida Paseo Colon. Veíamos entrar y salir
personas, de aquel lugar. Todos eran hombres.
Acordamos que cada uno persiguiera a un sujeto que se
retirara del cine: Aldo cuenta que siguió a un joven que tenía pinta de
estudiante, con pantalón gris y camisa celeste. Se dirigió al metropolitano, a
la estación España. Quizás tenga las mañas de ese tipo que fue denunciado por
la actriz Magaly Solier, dedujo Aldo.
Por su parte, José Luis dijo haber seguido a dos individuos.
Uno de ellos era homosexual. El otro un anciano. Ambos ingresaron a un hotel
cercano. Más adelante “Pepe” referiría que el acompañante del viejo entró a la
sala del cine nuevamente.
Juan siguió a un solo chico, que caminaba como un pingüino.
Sus rasgos faciales eran afeminados. Se mezcló entre la muchedumbre que se
dirigían hacia la av. Arica.
Ya adentro del cine, luego de pasar por boletería y
recorrer los ambientes, designamos un lugar a cada uno. Pepe en la sala principal.
Aldo en la segunda tribuna y Juan se haría cargo del inmundo baño.
El cine Ritz está ubicado en la av. Alfonso Ugarte
1431, en el Centro de Lima. Aumentó la cantidad tras
las clausura de cines como “Tauro” “Colmena” y “Le Paris”. |
Con la boca abierta
Por: Luis Leiva
Un local maltrecho de dos plantas, iluminado apenas
por luces públicas se levantaba entre la avenida España y Paseo Colón. Su triste
fachada carece de nombre. Solo unos cuantos ingresan, con premura debido a las
miradas que traviesan las lunas de los vehículos. Los que descansan en las
gradas del umbral tienen la mirada clavada en el suelo y una capucha que les llega hasta la nariz.
Al cabo de unos minutos, se internan nuevamente.
Desde la avenida se escuchan los cuchicheos
y se observa, en un lugar de luces intermitentes, a 6 hombres
parados cual vampiros, listos para
succionar.
Las carteleras del viejo cine Rizt ofrecen películas "hot" |
La sala de película era un cuadrilátero que tenía
tres entradas cubiertas con cortinas a modo de puerta. Un moreno descuidado con
barba, un lánguido joven con terno y un anciano decrépito estaban junto a la
primera entrada, la misma que tenía ante mis ojos. Las otras dos estaban en los
laterales del recinto que daban justo a un pasillo silencioso de luces rojas.
Tras abrir la cortina, el olor repugnante me remeció
al punto que retrocedí algunos pasos. Mi nariz percibía una mezcla de tabaco y
fluidos sexuales. Un concentrado de años que capaz de noquear a un sumo.
En general, las butacas, divididas en tres bloques,
estarían ocupadas por unas 80 personas. La proyección mostraba dos hombres y a
una mujer “amándose” por todos los lados e insultándose para aumentar la
emoción. Avancé con sigilo a fin de anular atención alguna, sin embargo como si
fuesen francotiradores, dos sujetos me apuntaban con sus miradas. Cuando me
volví desde mi butaca ya no estaban.
Los interiores del Rizt están bastante descuidados |
Es inevitable mantener la calma en un lugar que
parece estar infestado por cazadores. La tensión me entumecía, mis manos
sudaban y el ambiente… el ambiente me provocaba arcadas. Estaba arrellanado en
la sexta fila (de veinte), en una de las sillas rojas con manchas negras
situada al extremo derecho del bloque del medio, el más ancho dado a que cuenta
con 9 butacas a comparación de los otros dos bloques que solo dos asientos por
fila.
La tenue luz que despedía la película clareaba las cabezas calvas, desgreñadas,
hirsutas, canosas, todas de hombres. Segundos después, un sujeto rechoncho
pasaba por el pasillo que estaba a mi
lado, parecía que buscaba algo o a alguien, pues con ayuda de su celular
iluminaba el suelo y los rostros de los espectadores.
Casi antes de que volteara hacía la izquierda, un
movimiento me llamó la atención. Justo antes de que se extinguiera la luz de su
móvil vi arrodillado a un individuo de baja estura y con mochila quizás verde,
ante un tipo que tenía la cabeza dirigida hacia arriba, como si disfrutara de
algo.
Agudicé la mirada, pero fue en vano. La cantidad de sujetos que caminaban por entre los bloques de asientos los confundían. ¡Qué diantre hacen!. Acto seguido, reconocí al anciano de la entrada. Caminaba como espectro en la oscuridad, al tiempo que me lanzaba una mirada morbosa.
Me levanté de golpe y empecé a deambular como ellos.
Esta vez las miradas llegaron desde todas partes, los silbidos eran agudos,
como quien quiere llamar la atención. Los asientos empezaron a agitarse. Por la
izquierda, de abajo hacia arriba, se escuchaba como si fuesen ¿Aplausos? Tras,
dos minutos ubiqué al viejo y luego de observar lo que hizo, distinguí
claramente lo que sucedía.
El hombre de aproximadamente 70 años se había
acercado a paso cansino a uno de los asientos de la primera fila del bloque
izquierdo. Tras una breve conversación, el sujeto de bigote se dejaba tocar las
piernas por el longevo. La mano acariciaba cual lámpara mágica su miembro, al
tiempo que los labios de ambos intercambiaban fluidos. El deseo creció por los
gemidos de la película. Después de unos segundos, el frágil anciano descendía y subía la cabeza
a la altura de la cremallera del pantalón del hombre con terno.
De un momento a otro, solo quedaron dos fantasmas
por los pasadizos, pues el resto estaba chupando o escupiendo. Al dirigirme a
la parte posterior de la sala para obtener un mayor panorama encontré a un joven
alto y de lentes que me esbozó una sonrisa de oreja a oreja y una mirada
comprometedora.
Dentro de la sala de cine se ejerce la prostitución homosexual |
Sin embargo, este cariño es a veces rechazado. Basta con colocar la mano o
escupir en el asiento para indicar un rotundo no.
Daniel, quien es oficial de la policía, es bisexual
desde los 24 años. “Me acuerdo que fue en una fiesta. Estaba bien borracho.
Cuando terminó la juerga, le dije a mi amigo que me quedaría para ayudarlo,
¡Ja! Pero el pendejo me agarró por la espalda. Me dijo que sería suyo. Al
principio lo mandé a la mierda pero de ahí... que rico besaba. Tuvimos una
relación de 8 meses”.
Suena un celular. “Shhhhhhh, mi chica”, se alarma el
capitán. Acto seguido se dirige hacia la salida que da a uno de los pasajes. Y
luego de un par de minutos regresa y me dice: “ya pues, uno rapidito, no más”
Tras decirle diversos argumentos, perdí su compañía.
Para aquel momento el ambiente se había cargado aún más de tabaco. En cada
asiento un ligero fulgor alumbraba parte de los rostros.
Las rondas continuaron, así como los “aplausos”. Volví
al asiento original, dispuesto a “relajarme” un momento, sin embargo, una voz
un tanto coqueta irrumpió mi reposo con un “hola”.
Fernando o “Fer” es estudiante de ingeniería de
sistemas de la UTP. Aunque afirma que es la primera vez que viene, me cuenta
como conociese el lugar como la palma de su mano.
“Aquí hay de todo. Médicos, abogados, arquitectos,
ancianos, casados y divorciados, da igual. Todos quieren un polvo aparte. Los
más enfermos son los viejos que siempre quieren tenerte abajo. Son un asco, yo
prefiero a los jóvenes que caminen derecho… Oye, ¿has ido al segundo piso?”…
Infierno en las alturas
Por: Aldo Mendoza Gala
En el segundo piso los placeres sexuales se liberan sin mayor pudor. |
Una intermitente luz vinotinta señalaba la tétrica entrada. Cinco escalones
separaban la plataforma baja de la alta. Antes de pasar a las dos únicas salas
de cines que estaban operativas, un muchacho estira la mano para verificar la
vigencia del boleto recién adquirido. No pronunció palabra alguna, pareciera
como si su monótono trabajo habría atrofiado sus cuerdas vocales.
No hay mayor control. En ninguno de los niveles. Me dirijo hacia la
segunda tribuna. En una esquina, al pie
de una de las dos escaleras curvadas, un grupo de hombres es atraído por una
pantalla encendida, cual polillas alrededor de una bombilla. Están viendo uno de los repetitivos partidos de
fútbol del mundial Brasil 2014. El reloj marcaba las veintiún horas. Los asistentes
deambulaban, como si estuviesen buscando quién sabe
qué.
Antes de entrar una mano deslizó con sutileza la gran cortina. Unos ojos
que desde adentro miraban, como si reconociesen la irrupción de un anticuerpo
en su mundo. Frené por un breve momento la marcha.
¿Estaría acaso preparado para cruzar esa delgada línea? Era como si detrás
de aquel “telón” se vería la vieja obra teatral que muestra con desgarro la
realidad “desnuda” de la gran tragedia humana.
Entré. Una gran pantalla con un enorme trasero proyectado daba la
bienvenida. La oscuridad de aquel ambiente brindaba cierta
garantía de anonimato. Después de hacer un casting de por lo menos veinte asientos, decido sentarme en una de las últimas butacas. Petrificado como una estatua de sal mantuve la mirada fija en la pantalla gigante.
garantía de anonimato. Después de hacer un casting de por lo menos veinte asientos, decido sentarme en una de las últimas butacas. Petrificado como una estatua de sal mantuve la mirada fija en la pantalla gigante.
El Rizt proyecta solo dos películas desde las 3 hasta la medianoche |
En la parte superior, al lado de la entrada principal del salón de cine, hay varios hombres muy cerca de mí, están de pie, apoyados en la pared con los brazos cruzados. Esa posición fija la han mantenido desde que ingresé a la sala. Las luces tiritantes de los cigarrillos comenzaban a
formar parte del ornato lúgubre. Los papeles en el piso y las botellas de
plástico debajo de los asientos, delataban el descuido del aseo de ese lugar.
Las viejas butacas algunas cansadas ya de soportar el peso de la humanidad de
los asistentes, extendían sus brazos como invitando a sentarse en ellos.
El infierno estaba, en este caso, en las alturas. Demonios caídos daban riendas
sueltas a sus bajos instintos en una decadente imitación de las dionisíacas fiestas griegas. Hombres montando a otros, con la mayor naturalidad del mundo. Afeminados
sujetos buscando a sus próximos compañeros sexuales. Detallar aquellas
escenas es contribuir y caer en la degradación del ser humano como especie.
En el lugar había cortinas azules que fungían de puertas. El oscuro de sus
telas trataban, en vano, de ocultar, la suciedad que se había
acumulado por el pasar de los años. Salían y entraban a la misma sala por una y
otra “puerta”, como gusanos ante una apetecible carne en plena descomposición.
Aún conservaba en la mano parte del papel amarillo que me dieron en la caseta
de boletería. Lo guardé dentro de uno de los bolsillos del pantalón.
La pesada atmósfera se iba diluyendo en el espacio, cada vez que un
transeúnte irrumpía cortando aquella nicótica cortina de humo. El olor
denunciaba una mezcla extraña entre lujuria y compasión. Era tal vez el sitio
de los marginados.
El temor se fue extinguiendo de a poco como el humo de
cigarrillo que se diluye en el aire. Paneo muy rápido en lugar, intentando reconocer aquel pedacito de infierno. Todos eran varones, algunos
con más testosterona que otros. La presencia de mujeres era nula, no eran
toleradas, puesto que era una zona exclusiva reinada por sodomitas.
En el segundo nivel la fiesta muestra un espectáculo bastante deprimente. Literalmente una orgía. |
Alrededor 90 a 100 asistentes se congregaron religiosamente en aquel deplorable templo. Era miércoles, el acto litúrgico ya había empezado.
La curiosidad incentivó a explorar el lugar, el miedo pasó a un segundo plano.
Al fin y al cabo no dejan de ser ellos, al igual que yo, simples individuos. Reunidos para dar inició ceremonial en honor a los dioses del placer,
en una perpetua y eterna noche que se renueva los 365 días del año. Excepto
cuando irrumpe la inesperada visita de algún inspector de la Municipalidad de
Lima. Entonces se ven forzados a cerrar el local. No obstante, vuelve a
funcionar pasado los dos o tres meses.
Era el cine Rizt ubicado en la avenida Alfonso Ugarte 1431, al costado de una sede cristiana. Esta extraña simbiosis por demás paradójica, formaban tal vez esa dicotomía de lo bueno y lo malo como parte de una unidad insalvable. Aquel cine abrió sus puertas por primera vez a finales de 1930. Famoso por proyectar, en el pasado, películas francesas
y frecuentado por sofisticados y cosmopolitas personajes. Ahora sus carteleras
exponen películas “hot”, del decadente mundo hollywodense.
La llegada del cine porno a Lima (género llamado hardcore) se dio alrededor
del año 1982. Y las funciones empezaban en las primeras horas del día. El
horario se llamaba “trasnoche”. Casi todos los cines capitalinos trasmitían
películas en este novedoso horario. Los ocasionales demandantes eran parejas
heterosexuales, que veían en las pantallas cátedras de poses y trucos para
renovar y ampliar sus experiencias dentro del ring de las cuatro perillas.
Ahora, de los tiempos gloriosos de los años sesenta, solo quedan pocos recuerdos como algunas lámparas que a duras penas se cuelgan del techo. La precariedad de su infraestructura no desmerece lo que fue su grandeza. El filme seguía su curso, eran seis motociclistas compartiendo una misma cópula con una sola mujer. Sin embargo, la verdadera acción estaba en los taburetes.
Dentro de la sala, cientos de cazadores de placer están en búsqueda de sus próximos acompañantes sexuales |
Caminaba, ya, dentro de la sala. Escogí sentarme en
primera fila para hacer unas cuantas tomas con la cámara del móvil. Al poco rato escuché: “¿Para qué las fotos, eh?” Era un hombre gordo y
de tez morena, dos asientos vacíos nos separaban. La respuesta más inmediata
que se presentó a la mente fue que eran como un recuerdo ya que dentro de pocos
días partiría rumbo a Amazonas. ¡Eres del norte!, sonrió. Yo también lo soy,
vengo de Trujillo.
El tono de su voz se suavizó. Su nariz enorme y ovalada, la cara redonda y quemada, su baja estatura y la enorme panza que se proyectaba desafiando la resistencia de los botones de su camisa delataban la desordenada vida que llevaba.
El tono de su voz se suavizó. Su nariz enorme y ovalada, la cara redonda y quemada, su baja estatura y la enorme panza que se proyectaba desafiando la resistencia de los botones de su camisa delataban la desordenada vida que llevaba.
“Soy Abogado de profesión, me
llamo Washington”. Se encontraba en Lima por unos asuntos judiciales. Mientras seguía
parloteando sin cesar yo solo asentía como respuesta involuntaria. Se notaba de
unos 55 años. Supongo que le generé confianza. Tenía una esposa y una hija que lo esperaban en la Ciudad de
la Eterna Primavera. Esta última información perturbó en demasía mi precaria
serenidad. Me levanté, hice la venia correspondiente y avancé. No quise saber
más.
Caminando observé a hombres de todas las edades,
algunos con saco y corbata, otros eran estudiantes sus mochilas y sus rostros
imberbes lo manifestaban, también parroquianos de a pie, entre otros. Unos cuantos
estaban autogenerándose placer con las manos, otros se besaban sin pudor. Los
pasos se iban acelerando, las personas estaban ensimismadas en sus micromundos.
Antes de salir, pese a la poca iluminación del ambiente cinéfilo, pude observar como una cabeza calva y brillante subía y bajaba a ritmo pausado a la
altura de la ingle de su acompañante, ambos estaban sentados.
El valor de la entrada para conocer el tétrico "paraíso"es de 8 soles |
La mayoría de trabajadores sexuales son de provincias, sus edades varían
desde los 17 hasta los 53 años. Michell (24) es natural de Ica, él estudia
enfermería en uno de los tantos institutos limeños. Aseguró que se ve obligado
a trabajar de esta manera para poder solventar todos sus gastos. Sus
familiares piensan que labora como “jalador” en el emporio comercial de
Gamarra. Mientras dice: “es mejor que crean eso” agacha la cabeza y enmudece alejándose muy despacio hasta perderse en la oscuridad de uno de los pasillos.
Salí de aquella libidinosa sala. Una vez afuera
enrumbé en dirección al baño. Allí yacía una fila de lascivos espectros con
ceñidas ropas que afilaban la mirada y
las manos, para ofrecer sus servicios sexuales, los mismos que se concretizan en los nauseabundos inodoros
testigos de la fiesta orgiástica. El tacho de basura estaba repleto de papeles
higiénicos de colores que se entremezclaban con varios preservativos usados. En
el lavadero un delicado joven se enjuaga la boca y luego escupe con fiereza
profesional. Este acto fue repetido varias veces. Saca un pequeño espejo, se arregla la cabellera y luego se dirige nuevamente a la sala del
cine. Demasiadas emociones juntas... Me marché.
Servicios Higiénicos: Servicios
Sexuales
Por: Juan Gómez
Ya
adentro ves de todo. Se te cruzan personas en pleno pasadizo. Hay cuatro
entradas, que también sirven de salidas. Por la izquierda veo dos cortinas
rojas, pero por la oscuridad parecen guindas, que conducen hacia un pasillo
frío de luces rojizas, paredes pintadas de naranja y piso verdoso. Hay una
soledad, un silencio y un vacío “aterrador”.
Las
dos que están en la lateral derecha te llevan, directamente, al baño. El diseño
es casi el mismo del otro lado. Sin embargo, en este lugar la mitad está, exclusivamente,
ocupada por los baños. Solo existe, en el cine, baño para hombre, al menos
abierto para el público, porque el de mujeres está cerrado. Solo pueden hacer
uso los trabajadores: el dueño, el
administrador, los encargados de limpieza, el boletero y, además, el
controlador de las películas porno.
El
baño para varones es más inmundo que el cine mismo. Es como si de competencia
se tratase. Seis urinarios que no lo usan, necesariamente, para evacuar sino
para concluir (eyaculación) lo que iniciaron dentro la sala (masturbación).
Observar
aquello es inevitable. Sin embargo, es imposible ver los rostros de aquellos
hombres que acaban su faena. Sus miradas perdidas, desorbitadas, dirigidas al
techo. Ojos blancos. Denotan, sus rostros. Siento asco. Y lo que capta la atención,
para los ingenuos y nuevos en estos lares, es la poca higiene. Aunque, en sí
cada momento y con constancia se hace limpieza al lugar. Los concurrentes se
suben la bragueta, y sin lavarse las manos, ingresan nuevamente la faena.
¿Es
todo lo que se puede apreciar en los servicios higiénicos? ¡No!. ¿Existe más
anécdotas dentro de aquel misterioso sitio? Sí, y más tenebrosas e
inimaginables aún. Seis retretes con su respectiva puerta. Puertas manchadas,
despintadas y escritas con solicitudes y favores muy sugerentes: en algunos
casos encuentras hasta el lugar indicado donde debes sentarte en la sala del
cine para que puedan cumplirse las fantasías de los visitantes.
A
las afueras del baño encuentras homosexuales y travestis. Quienes, en primer lugar,
puedes pensar qué van a hacer al ingresar al baño. Sin embargo, al estar uno
dentro, concluye para qué esperan afuera. Tres puertas están ocupadas, de las
cuales se oyen gemidos, groserías y golpes.
Cuando
quieres entrar a uno de los tres restantes, inmediatamente, se te acercan y te
ofrecen sus servicios: tener sexo. Algunos te piden cinco soles “por el favor”,
pero según consejos y comentarios que escuchas, dicen “no pagues más de diez”
“arriba te lo hacen gratis” “por eso solo pago tres soles, no más”. El jolgorio
y las risas se hacen presentes.
Las miradas afiladas suelen perseguir a los nuevos visitantes |
El
miedo se apodera de mí. El tartamudeo también quiere formar parte de la
conversación, pero me recompongo y vuelvo a mostrar solidez y seriedad. Miro al
travesti que se me acercó y le dije: te doy diez soles, pero quiero que me
acompañes al pasillo para conversar, nada más. ¿Te parece? –pregunto.
Aceptó.
Nos dirigimos al pasaje izquierdo, abandonado. Su nombre, o como se hace llamar
en el cine, es Jessica. En su rostro se aprecia y se deduce que, aparte de los
arreglos en el cuerpo, también el bisturí se hizo presente ahí. Aproximadamente
de 30 años. Me cuenta que lleva más de 10 años trabajando en el cine Ritz y que
antes lo hacía en el cine Tauro, ubicado por el Jr. Quilca, ya cerrado hace un
par de años por la Municipalidad Metropolitana de Lima por insalubridad.
“Antes
de operarme todo el cuerpo, la prostitución ya era mi trabajo. Cuando estaba
joven, más o menos a los 14 años, ingresé a este mundo, ya era homosexual y
había menos oportunidades que las de esta época. Sin embargo, ya me acostumbre
al ritmo de vida. Ya no me quejo, ni remordimientos tengo”, relata Jessica.
Además
dijo que decidió asentarse en el “Ritz” porque, de todos los cines porno que
hay en Lima, es el más limpio y más seguro. Para “ella” debe ser seguro ya que
es como su segundo hogar. Sin embargo, la seguridad para todos los presentes es
relativa. Cada quien baila con su propio pañuelo. Cada quien disfruta como
mejor pueda.
Continúa
narrando: “Por día vienen 80 a 90 personas al cine. Los viernes y sábados se
llena. Trabajo desde las cuatro de la tarde y me retiro cuando llego a hacer 50
soles, hay veces que vienen viejitos y te llevan al hotel y te pagan bien. Una
vez cumplo mi meta por día, me retiro. Como ves, muchos y muchas trabajan aquí.
Me molesta que vengan jóvenes homosexuales y ofrezcan sexo gratis”
Por todos lados se contempla el triste espectáculo de la gran tragedia humana |
¿Por qué tantas interrogantes?, pregunta Jessica. Es que soy nuevo, nunca he venido a un cine porno. Me sorprende todo lo que puedes encontrar por acá. Es como un “submundo”, me llama la atención todo –le respondo y zanjó definitivamente la charla.
Le
quisiera decir, además, que las películas que muestran son tan fuertes y
denigrantes que en mí ya no producen deseo ni despierta imaginación. Por lo
contrario, me ha producido dolor de cabeza, ganas de vomitar… Es difícil
entender todo y a todos. Que no logro comprender -no por ser insensible ni
susceptible- esta realidad.
Me
alejo de todos. Hago un par de llamadas: una a mi familia y la otra a mis
amigos que me acompañaron a esta travesía. Aldo se mandó sin temor y con mucha
astucia a la segunda plataforma del cine. Mientras que Pepe se quedó en la sala
principal, observando lo que allí acontece. Nos encontramos en la boletería, ya
para irnos.
Fui
quien salió detrás de ellos dos. Cuando del baño escuché a Jessica decir: “Eres
estudiante ¿no? Con tal que no seas periodista”. Logro ver que se queda riendo,
cuando. Pienso en contestarle la verdad: soy
estudiante, sí. Estudiante de periodismo. Decido no hacerlo y me marcho con
Aldo y Pepe.
La enorme puerta principal se estaba
cerrando. Faltaban quince minutos para las veintitrés horas. Era tiempo de
partir.
La gente ha aprendido a convivir con los cines porno |
Una vez fuera, como para despedirnos,
le dimos un último vistazo a la desgastada fachada del cine. Caminamos por las
viejas veredas limeñas. Tres cuadras arriba se encuentra la sede principal de
la DININCRI, muy cerca del la comisaría Alfonso Ugarte. Indiferentes a fuerza
de costumbre conviven formando una extraña armonía con el tristemente celebre Rizt. En las calles todo sigue su
trascurso normal. La gente viene y va.
Lo curioso es que el Rizt está ubicado muy cerca a la cede de la DININCRI y a la comisaría Alfonso Ugarte. |
En la actualidad hay, por lo menos, siete salas de cine que ofrecen al público películas para adultos. Entre ellos se encuentran: el cine Tauro, en el jirón Washington. Cine Colmena en el centro de Lima. Cine Central en el jirón Ica, a pocas cuadras de la Municipalidad de Lima. Cine Onmia en la avenida Abancay a media cuadra del Parque Universitario. Cine Le Paris en la avenida Nicolás de Piérola a una cuadra de Plaza San Martin. Todas ellas comparten viejas glorias pasadas. Hoy todas están en decadencia.