Trabajar como chofer
o cobrador de un micro es una labor muy sacrificada. Pasar 19 horas diarias en
la calle, lejos de su familia, sacrificando las horas de descanso, excediendo el
límite de las 8 horas de jornada laboral. Eso es todo un reto de valientes.
El frío es intenso y me hace temblar, me aferro a
mi chaqueta negra, cruzo los brazos tratando de abrigarme. Alzo la mirada y veo
aquel enorme carro color marrón que me llevaría a conocer una ruta desconocida
para mí. Desde el distrito de San Bartolo hasta San Miguel.
Empezaríamos el
recorrido a las 4:30 de la madrugada, sin embargo, los minutos pasaban. Eran
casi las 5:35 de la mañana y veo
aparecer a lo lejos a un hombre de regular estatura, vestido de marrón de la cabeza a los
pies. Tenía un pantalón, camisa, zapatos y una casaca polar todo de marrón,
color que identifica a los trabajadores de la empresa ETGUSICSA – SO:16 –
104 (Empresa de transporte Guadulfo Silva Carbajal Sociedad Anónima) o
conocidos por los lugareños como los Gallinazos, por la habilidad que tienen
para cazar su presa , en este caso sus pasajeros de forma inmediata.En el
recorrido de sur a norte hay varias empresas que toman la misma ruta como San José,
Royal Express.
Modesto Felix Zamudio
Luyo es un hombre de casi 51 años de edad y gran parte de su vida ha sido
transportista, cumpliendo el rol de cobrador y chofer “Llevo trabajando como chofer casi 34 años, incluyendo
mis años de trabajo en la empresa San
José. A los 17 años empecé a trabajar como cobrador, pues tenía necesidades,
quería darle lo mejor a mi madre. Fui creciendo y mis necesidades aumentaban,
el dinero que ganaba ya no era suficiente y tomé la decisión de trabajar como
chofer, empezando en la empresa San José y ahora estoy aquí, me va bien”.
Después de unos
minutos aparece el cobrador. Su nombre es Felix Enrique Zamudio Quink, tiene 33
años de edad, vive en el distrito de Punta Negra, junto a sus padres. Estudió computación”
Trabajando como cobrador gano mas, ser cobrador es más rentable” dice él.
Fue él, quien tomó el
volante, nos dirigimos hacia la sede de la empresa o más conocida como la cochera. Al llegar al lugar, me di cuenta
que el clima había cambiado, estaba un poco despejado.
La custer entró a la
cochera y dentro de ella había una variedad de carros de distintos tamaños,
desde los tradicionales hasta los grandes y modernos modasas. Se estacionó con
cuidado.
Bajamos del vehículo.
El lugar era polvoriento, varios de los trabajadores tenían su uniforme lleno de grasa. En un lado no muy limpio había
oficinas administrativas, en otro una mecánica con cuatro enormes carros en
espera, seguido de un pequeño grifo, en
frente de eso hay un enorme restaurante. La comida es buena, hay una variedad de
platos a la carta.
A nuestro vehículo le
tocaba salir después de cuatro carros
“Tendremos que esperar y respetar el orden. Cada carro sale después de cuatro
minutos, somos el quinto. Saldremos
después de 20 minutos”-dice el señor
Zamudio.
Seguimos esperando
que se cumplan los 20 minutos. El señor Zamudio se anima y me cuenta sus
experiencias como transportista. No tiene una papeleta impuesta desde hace mucho
tiempo “La ultima que tuve fue leve, por estacionarme mal, me la impuso una
policía femenina”-me lo dice mientras observa al grupo de cobradores que están
frente a él- “Listo, vámonos. Ya marcamos tarjeta. Son las 7:15 y es buena hora”.
Subo al carro y me
ubico en el asiento posterior del chofer. Salimos de la cochera con rumbo hacia
Lima, los primeros pasajeros son dos colegiales y un padre de familia. La
rutina de hoy será la misma de siempre, una ruta conocida para ellos. Escucho
un grito era el joven cobrador llamando a sus pasajeros en un paradero “Lurín,
Lima, Lurín”.
Pasamos por varios
puntos o paraderos durante nuestra ruta como el Mercado Lurín, San Pedro, Parque Zonal, Puente
Alipio, Atocongo, Benavides, Primavera,Trevol. Wilson, Universitaria hasta
llegar al terminal en San Miguel.
En ese largo
transcurso veo a varias personas con reloj
y tablas de notas en mano. En distintos paraderos, gritando “3-2 va lleno, a tantos minutos”. El cobrador Kike le da a todos
ellos unas cuantas monedas doradas, muchas de ellas en las manos, otras son
lanzadas al piso.
“Ellos no son
controladores, son dateros. Saben en cuanto tiempo pasa un carro y con cuantos
pasajeros. No son parte de la empresa”-comenta el señor Zamudio quien vuelve a
concentrarse en su trabajo.
Son casi las 10:20 de
la mañana y el carro se acerca su terminal, totalmente vacío. El mismo proceso
para poder estacionar el gran carro Modasa. Un pequeño incidente alteró la
mañana. El señor Zamudio no calculó bien la distancia al momento de estacionar
su carro y chocó contra otro de menor tamaño, dañando un espejo lateral.
Ya pasado el
incidente, noto que ese lugar es compartido con otra empresa. Esta cochera es
muy pequeña en comparación a la otra. Algunos optaron por limpiar su
herramienta de trabajo y así poder salir y completar su vuelta. “Dentro de
quince minutos nos toca salir”-dice Kike sosteniendo una tarjeta de control en
la mano. Luego escucho la voz del señor Zamudio “Aprovecha estos minutos para
desayunar”. Había tres cafeterías, decidí ir. En el camino veo a varios hombres
con el torso desnudo, todos con sus tinas, jabones y toallas. Listos para
asearse.
Salimos a las 10:40
de la mañana desde aquel terminal, otra vez la misma ruta, la misma rutina
hasta el terminal de San Bartolo. Y así fue llegamos a la 1:45 de la tarde.
Completando la primera vuelta del día. Sin embargo, en ese trascurso un
familiar tenía que haberles alcanzado su almuerzo, pero por razones
desconocidas no lo hicieron.
A las 3:05 de la tarde nos volvimos a embarcar otra vez con dirección a San Miguel.
Pasamos la misma
rutina y nada nuevo o novedoso en el largo y cansado camino.. Llegamos a las
6:15 de la tarde. El señor Zamudio empezó a almorzar junto a su hijo dentro de
su carro. Yo cenaba en una cafetería, esperando el turno de salida que
aproximadamente era de quince a veinte minutos.
Los minutos han
pasado muy rápido. En ese tiempo me quedé dormida, luego desperté de una manera
abrupta, me había golpeado la cabeza contra un vidrio. El señor Zamudio nota un
cansancio en mí y me dice “La gente se cansa sólo por mirar, nosotros estamos
en plena actividad, nuestros sentidos están despiertos. Con mi hijo Kike pasa lo mismo, la diferencia es que él llama
al público. Nuestro cansancio se hace notar al final de la jornada, cuando estamos en casa”.
En plena oscuridad
rodeando las 10:30 de la noche, nos acercamos al terminal. En nuestro carro ya
no hay mucha gente, aquellos se bajaron en el último paradero de la ruta. El
señor Zamudio estacionó su carro a l mitad de la cochera “Brenda, terminamos la
segunda vuelta”, de inmediato su cobrador corrió hacia la garita de control para
firmar tarjeta. En ese tiempo el chofer
conversaba con el señor apodado “el cuy” sobre unos papeles. Cuy se va y
después de unos minutos viene su hijo Kike.
El carro volvió a
salir de aquella cochera, esta vez iba con destino a Punta Negra. Ya en ese
distrito se estacionó frente a una comisaría. Yo había bajado unas cuadras
antes, les agradecí por el tour que me hicieron, la humildad de ellos era
grande al punto de agradecerme por haberlos acompañado.
Vi como estacionaron
su carro, ellos bajaron y padre e hijo
se fueron juntos hacia su casa. Yo volveré a mi hogar, a mi rutina de siempre
que en comparación con ellos no están agitada. Ellos Saben que su día ha
terminado. Saben que mañana seguirán cumpliendo su misma rutina, por ser
transportistas.
*Campoverde Espinal, Brenda
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